Me gustaría compartir contigo un una columna de opinión de la revista Ruta 66 de enero de 2021 escrita por Álvaro González. Aporta una mirada lúcida sobre el presente (como competimos por la atención, la generación de experiencias, la creación de fans, …) Y de paso, Álvaro pronostica escenarios sobre nuestro futuro. ¿Acaso a ti no te gusta también vaticinar cosas?
Dejar atrás 2020 está bien para recordar 2010. En esa fecha todavía no habíamos visto a la gente mover el pulgar a una velocidad escalofriante pasando perfiles de otras personas en busca de pareja o de sexo esporádico. Grindr empezó en 2009, y Tinder en 2012. Ahora forman parte de la vida, como tantas otras aplicaciones y, sobre todo, redes sociales. Hoy, lo que no tenga “favs” o “likes” es que no existe. Cúrrate lo que quieras, hazlo bien o mal, pero tendrá que salir a competir por la atención con Podemos, Kim Kardashian, Puigdemon, Cristiano Ronaldo y una extensa lista de microinfluencers de los que no has oído hablar en tu vida, pero que las marcas se los rifan para sus campañas de publi. La atención es el nuevo dinero. Por eso, los miembros de la generación Z solo le dedican de media ocho segundos a un contenido para averiguar que no les interesa.
La cuestión es que en 2030 recordaremos entre risas la época de los móviles porque ya estará tres cuartas partes de la población hecha un guiñapo y babeando con un casco de realidad virtual o, en su defecto, unas gafas inteligentes. La pregunta es ¿afectará esto al rock? Al margen de los conciertos con hologramas cada vez más habituales, el paso de vender música para consumir en casa a ofrecer una experiencia musical tendrá mucha influencia sobre lo que se haga, pero sobre todo supone una oportunidad de monetizar el chollo.
Los clubes de fútbol ya hablan de retransmisiones en los que los espectadores asistan al partido desde el lugar que ellos quieran, como si es dentro de la portería, y acompañados de sus colegas, o de su madre, todos con sus cascos en sus respectivas habitaciones. En materia musical se abre un melón. Björk ya empezó a experimentar con esto hace unos años. Videoclips en los que estaba ella cantándote en la playa. Desde la restauración de videos antiguos a las nuevas propuestas, se adivina un trabajo, una oferta y una demanda, que podría volver a ser remunerada. Los nuevos escenarios digitales darán hasta donde llegue la imaginación. Eso, como ahora: dura lo que dura.
También los usos de la música. Hablamos de una época donde se venderá más ropa digital para moverse por esos mundos que de tela. Con blockchain muchas empresas piensan en el fan del futuro como alguien, ya sea chino, indio, africano o europeo, que es fan y punto. Está adscrito a una comunidad a la que le gusta lo mismo. Nos podrá parecer ridículo, pero ese sentimiento ya se puede medir en euros con certificarlo digitalmente. Los estudios sobre los hábitos de la GenZ señalan que los chavales sueltan dinero sin dudarlo de forma altruista, con fines filantrópicos o, sencillamente, por mostrar gratitud a lo que les mola.
Es un futuro prometedor y apasionante, el único problema es que las generaciones de la música popular del siglo XX vamos a estar decrépitas y lo normal será que nuestra mierda ya no le interese a nadie, pero, hey, en peores plazas hemos toreado.